La Beat Generation y el Hotel Muniria : Crónica de Viajes «Marruecos»

Hotel Muniria

Fue a los 12 años, una tarde con Pablo mi amigo, luego de haber prendido fuego los bafles del equipo de sonido familiar al enchufarlos directos a 220v , tratando de grabar un bombo “con presencia y personalidad”…, después de esa terrible explosión , con el micrófono en la mano y la boca abierta, aún aturdidos, asustados y conmocionados al darnos cuenta del poder del sonido, antes que la música, con esa terrible vibración que nos retumbaba en el cuerpo y que aun sigo sintiendo, fue entonces que cayó con nosotros a la alfombra verde de la habitación una vieja revista “Pelo” , con una foto de William Burroughs en los 50, aquí mismo, en el hotel Muniria de Tanger, donde ya había escrito en la habitación 9 “Naked Lunch” , atraído por Paul Bowles y sus historias sobre esta ciudad particularmente viva, donde hoy, viernes a medianoche, las peluquerías de hombre están llenas y los interminables cafes se reparten una de las dos principales actividades del lugar: pararse a tomar un té de menta y ver pasar gente o ser uno de los que pasan

Aquí las cosas quedan lejos y cerca a la vez, caminar horas o 10 minutos te llevan al mismo lugar. Hace calor y frio, lo viejo y lo nuevo estan unidos como el pasado al presente, son uno. Los precios son una referencia de algo a tratar y las calles sin semáforo requieren una decisión extra.

La ciudad parece haberse expandido desde entonces, tomando como centro este hotel, tal vez todo lo demás también, incluyéndome.

Mi habitación, de 13 m2, contempla una ducha privada y el bidet donde estoy sentado ahora, sin rastro de inodoro alguno, los azulejos simulados en vinilo o contact fueron pegados en perfecto asincronismo, ninguna linea coincide con otra, proeza imposible de lograr sin un exigente desgano por el orden.

Moroco lleva una guerra personal contra las cortinas de baño que fueron ya extirpadas de todos los hoteles, salvo en el Muniria, aquí se baña contigo, te abraza y no siente el rechazo, sigue buscando con molesto esmero el recuerdo de otro cuerpo.

Por supuesto, el centro del universo no responde a orden o ley alguna, todo lo que de aquí surge puede ser lo que desee y cambiar de estado o forma a placer o necesidad, la gravedad no regula a nadie, las cosas caen en ángulos inesperados, donde sea que apoyes algo, abrir la ventana para ver el mar requiere correr un pesado armario y el pequeño espejo oculta detrás un importante hueco extra para contener tantos excesos de personalidad.

En la calle, los autos cambian de posición cada tanto, pero son los mismos, sus falsos conductores miran a mi ventana, esperando una señal que no llega desde hace años, agentes olvidados de operaciones inconclusas disfrazados de trapitos. Todo queda en evidencia al contar las 7 antenas de tv satelital pero ningún aparato en las habitaciones.

Son las 4am y un piso abajo, en el bar “Tangerinn” siguen las mismas 7 personas que 6 horas antes, con la música suficientemente fuerte para obligarme a duchar otra vez.

Al día siguiente, cambiar de habitación un piso arriba logra con éxito mover la mancha de humedad del techo al piso.

Como era de esperar, la habitación 9 ya no existe, seguramente reservada para ciertos agentes especiales, Pablo, Paul y Will envían desde allí mensajes fragmentados , entremezclados en el lenguaje del azar… restos de frases sueltas en el bus emitidas por personas sin conexión alguna, palabras repartidas en publicidades de calles, pedazos que unidos con habilidad y dedicación permite decodificar el sentido final que pronto es obligado a disolverse en el olvido para resguardar nuestra incertidumbre.

Es fácil entender que esa explosión primaria logró conectar puntos del espacio tiempo y crear una medina de pasadizos temporales, significados , técnicas y personajes por donde transitar. Un laberinto de puertas y pasajes infinitos, un lugar para perderse continuamente, caminar en círculos y cada tanto encontrar, mareado, la salida.

Como siempre, acertar en algo implica errar en todo lo demás, sé que mañana me tocará mudarme a mí también, pero no hoy, acá me quedo, un rato más, en la habitación 8.

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Germán Gómez
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